Mientras las autoridades educativas peroran sobre la calidad de la educación, la realidad de las oposiciones para conseguir una plaza en secundaria demuestra que el nivel de exigencia para aprobarlas no deja de bajar. He aquí algunos datos.
Cuando las oposiciones se celebraban en Madrid, los temarios de muchas asignaturas tenían 100 temas. Hoy en día, en Baleares, tienen 75.
En la primera prueba, se escogía un tema de entre tres que salían al azar por el sistema de las bolitas con un número. Hoy en día, se escoge uno entre cinco temas.
La famosa “encerrona”, en la que el opositor explicaba un tema elegido también al azar ante el tribunal, ha sido sustituida por la defensa de una programación y de una unidad didáctica, previamente preparadas. Es decir, se trata de convencer explicando cómo darías una clase. ¿No es más sensato dar verdaderamente una clase que defender un documento –la unidad didáctica- que, seamos sinceros, ningún profesor utiliza? ¿No se demuestran mejor las condiciones de profesor dando una clase que presentando un documento generalmente elaborado con el sistema de cortar y pegar? ¿Recogen mejor los documentos las habilidades didácticas de un profesor que el complejo acto comunicativo de impartir una clase?
Hace tiempo que sabemos que sindicatos y políticos se han desentendido de lo que efectiva y realmente entendería una persona razonable por calidad de la enseñanza. Y sin embargo, es frecuente oír alusiones retóricas al sistema educativo finlandés, obviando que allí sólo los mejores alumnos preuniversitarios acceden a las facultades en las que se prepararán durante 6 intensivos años. Eso sí es tomarse en serio la selección de los mejores.
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