Las crónicas del seminario “Educació, sindicalismo i globalització” organizado por el STEI demuestran la situación de delirio en la que se encuentra parte importante de nuestros docentes. La reiteración hasta la saciedad de lugares comunes en contra de la economía de mercado, no disimula la intención interesada que subyace a tanta retórica: cuanto peor es el nivel de formación de nuestros estudiantes, más dinero público hay que gastar en educación. Así pues, se delira, sí, pero de forma perspicaz, pues la mala formación de nuestros jóvenes justifica una insaciable necesidad de gastar más fondos en nombre de la educación. ¿Habrá una relación causa-efecto entre la bajada de nivel y la reivindicación de aumentar el gasto aunque el sistema educativo sea desastroso? Si así fuera, los iluminados que impartieron y asistieron al seminario, serían un ejemplo perfecto del precepto marxista sobre la correspondencia entre pensamientos e intereses, pues tienen muy claro cómo asegurar su modus vivendi. No se trata de un fenómeno extraño: la tendencia de la burocracia a aumentar su poder y maximizar su tamaño compitiendo por los fondos del Presupuesto, convierte también a los sindicatos educativos en buscadores de renta.
Con tales premisas, el único recurso intelectual del seminario fue calificar de “neoliberal” a todo lo que disgustase a estos “enseñantes solidarios”. Todo criterio racionalizador de la realidad docente, fue calificado como “mercantilismo capitalista”. He aquí algunos ejemplos:
El informe PISA, que recoge con datos el progresivo deterioro del nivel educativo en España, fue relativizado y desmitificado por “estar manipulado por la prensa”, por “no ser científico”, por “basarse en muestras de grupos reducidos”, por “basarse en premisas económicas en lugar de educativas”, por “comparar sistemas educativos diferentes”, y… por ser “una trampa para justificar la privatización de la educación pública”.
Las iniciativas en alguna Comunidad Autónoma de evaluar a los profesores según resultados, dar más poderes a los directores del centro, aceptar posibilidades de autofinanciación de los centros, son “recetas neoliberales”, así que los posibles efectos no fueron ni mínimamente analizados.
Se afirmó que la expansión del capitalismo “había empezado con la caída del muro de Berlín”. Ignoramos si quien ignora la historia de manera tan burda, echa de menos el totalitarismo comunista, pero dejó muy claro que se pide “eficiencia a la educación como estratagema para justificar su privatización”, pues “antes de la caída del muro la educación estaba desmercantilizada”.
“Ser sindicalista significa ser responsable en el trabajo”. Esta afirmación fue echa por un ponente de 52 años, sindicalista educativo ya retirado, después de lamentar la falta de inversiones del gobierno guatemalteco en educación.
Una ponente brasileña afirmó que en la era de la tecnología, la mayor parte del mundo ignora el teléfono y no tiene energía eléctrica “a causa de los intereses de la parte occidental del mundo, que no tenía intención de extender tales servicios a toda la gente”. Curiosamente, afirmó poco después que en su país hay oficinas de Telefónica y del Banco de Santander “en cada esquina”… ¿Debemos suponer que no es para ampliar las redes de servicio telefónico?
Una ponente portuguesa planteó una profunda novedad educativa: “además de la inteligencia racional hay inteligencia afectiva”. Para demostrarlo cantó la canción de Sabina “Y nos dieron las diez…”. Enriquecedora aportación al mundo de la didáctica.
Se afirmó que el actual interés por el desarrollo y la evaluación de las competencias básicas “se debe al intento de poner la educación al servicio de la economía” y a “que se quiere conseguir que la escuela proporcione mano de obra barata y con contratos precarios y de corta duración”.
En fin, la habitual letanía antimercado aderezó todas las ponencias. Abundan en el mundo educativo los planteamientos ideológicos decimonónicos. Sin embargo, la simpleza en los planteamientos no logra disimular que más que temer lo que se ignora, se pretende escamotear la realidad de la educación, calificando de “neoliberal” a todo planteamiento crítico y escabullendo toda responsabilidad: es más fácil acusar a la “globalización” y pedir más gasto alegando que la educación no es un bien de consumo sino un derecho social, que ponerse manos a la obra en el aula o reformar las leyes educativas.
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